Soledad Giménez nació en París (Francia) el 27 de febrero en 1963 de padres emigrantes, de origen español, con los que regresó a España en 1968.
Se instalaron en Yecla (Murcia) donde se unió primero a un coro de niñas y, posteriormente, a Coros y Danzas de Yecla.
En esta época participa, junto a su hermano Juan Luis Giménez en un grupo musical llamado Arabí, de estilo Folk. Posteriormente se trasladó a Valencia para realizar estudios universitarios de Bellas Artes, en la especialidad de Dibujo.
En 1983, se une a una nueva iniciativa musical de Juan Luis. Un grupo llamado Presuntos Implicados con más de 10 miembros en sus inicios, donde se presta a hacer algunos coros.
El grupo se presenta a varios concursos, quedando ganador en uno de ellos, lo que les llevó a la grabación de una maqueta que, posteriormente, se convirtió en un Disco, Danzad, danzad, malditos.
Fue en la grabación de este disco cuando Soledad, después de algunas pruebas en el estudio, pasó a convertirse en vocalista en sustitución de Juan Luis. También comenzó como compositora, con los temas Marca Acme y Te voy a provocar.
La que fuera cantante de Presuntos Implicados emprende carrera en singular con «La felicidad», un disco luminoso
Nuevo disco en solitario con trece temas.¿La felicidad?
Titulos de su disco La Felicidad
¿Con la que está cayendo? «Precisamente por eso, para hacer frente a tanta negatividad y mal rollo, éste era el momento de ofrecer un poco de aliento».
Lo explica una Soledad Giménez serena, luminosa, más pletórica y vitalista que nunca a sus 44 años.
Superadas las turbulencias personales y profesionales de los últimos tiempos, la que fuera durante más de dos décadas cantante de Presuntos Implicados emprende, bien segura de sus fuerzas, una trayectoria «en femenino singular».
Y lo hace convencida de que escribir canciones sigue siendo «la mejor manera de exorcizar los fantasmas y mirar hacia delante».
Tras nueve álbumes de estudio y 23 años de trabajo con su anterior banda, Giménez (París, 1963) ha creído llegado el momento de asumir toda la responsabilidad en primera persona. «El trabajo y el riesgo nunca me han dado miedo, o no demasiado», admite con un brillo en la mirada.
«Me gusta poner la vista al frente y aceptar que el foco me está apuntando a mí. Equivocarse es un ejercicio saludable para volverse a levantar».
Y rememora: «Yo empecé a cantar con 11 años no porque lo tuviera muy claro, sino porque una monja del colegio me empujó a ello.
Soy una mujer tímida, pudorosa encima de los escenarios y con el mismo temor al ridículo o el juicio ajeno que cualquier otro. Nunca me atrajo la idea de ser protagonista, pero... ¡es lo que hay!».