CARLOS IGLESIAS |
Fué nominado "Mejor Actor Revelación por EL CABALLERO DON QUIJOTE ".
Un actor que por pura casualidad,sustituyendo a un amigo de teatro independiente que se habia puesto enfermo encontró su sitio en el teatro. Carlos fué Pepelu en el célebre programa de Pepe Navarro cruzando el Mississipi y otra serie de personajes muy diversos hasta conseguir la nominación a un Premio Goya. Recordamos al socio de Benito el de la serie de televisión "Manos a la obra", el rey del gotelé. El actual Sancho Panza se ha conseguido situar en un puesto relevante dentro de su carrera artistica.
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Entrevista aparecida en cine el correo digital .-
CARLOS IGLESIAS
«Maté a Pepelu por la presión»
Lanzado a la popularidad gracias a sus creaciones televisivas, el intérprete madrileño afronta con 'El caballero Don Quijote' su primer papel protagonista en el cine
OSKAR L. BELATEGUI/BILBAO
Tras cuatro años de chapuzas en 'Manos a la obra', Carlos Iglesias recibió con alivio la propuesta de Manuel Gutiérrez Aragón para encarnar a un Sancho Panza diferente en 'El caballero Don Quijote'. La sorpresa: descubrir a un intérprete de formación teatral clásica en el popular Pepelu de 'Esta noche cruzamos el Mississippi'.
–Su Sancho no es rechoncho ni habla mediante refranes.
–Daba por hecho que iba a hacer el Sancho Panza clásico, sobre todo viniendo de la caricatura televisiva. Por fortuna, me encontré con un personaje cambiante, que se va 'quijotizando' y recoge el testigo de su amo cuando este muere.
–¿Le resulta fácil lo del cine?
–Es jodido. Puedes rodar el segundo día la última secuencia de la película. Nunca sabes muy bien el momento exacto del guión en el que te encuentras. El teatro es mucho más sencillo.
–Dicen que Sancho Panza simboliza el carácter español.
–La Historia ha probado que los españoles somos también un poco quijotes. Lo ideal es el equilibrio entre ambos. Cuando la balanza cae a un lado es cuando vienen los problemas: ser demasiado Quijote puede resultar tremendo, y ser demasiado Sancho muy prosaico y poco imaginativo.
–¿De verdad Gutiérrez Aragón no le conocía de televisión?
–Apenas la ve, lo cual es sorprendente. Sus amigos le convencieron de que tenía que hacerme una prueba, de que detrás de Benito ('Manos a la obra') se encontraba un actor con recursos que venía de la Escuela de Arte Dramático.
–Mejor que no le conociera en el papel de Pepelu.
–Ni bien ni mal. Estábamos en otra cuerda.
–¿No le imponía trabajar junto a Juan Luis Galiardo?
–Es un hombre generoso y excesivo, con una facilidad de palabra increíble. Me habían metido miedo diciéndome que me iba a comer, pero resultó todo lo contrario. Nos hemos hecho amigos entrañables después de un rodaje de tres meses a pleno sol.
–¿Qué le ha sorprendido de él?
–Tenía la imagen suya de galán patético en los sesenta, con patillas y persiguiendo suecas. También conocía sus últimas creaciones magistrales. Capta los personajes con una rapidez inusitada. En décimas de segundo le cambia la mirada, la voz y el movimiento de las manos. Él era Don Quijote.
Libertad televisiva
–¿No exageran la dificultad de su trabajo?
–Es más difícil hacer de cartero que de Hamlet. Si puedes entrenarte con trabajos continuos, muy torpe tienes que ser para no hacer divinamente tu oficio. Ahora, si la sociedad no te da esa oportunidad, sales vendido.
–¿De dónde salieron Pepelu y Benito?
–Yo me crié en Suiza. Y cuando llegué a España me asustaban las actitudes que encontraba cuando acompañaba a mi padre, electricista, a hacer chapuzas. La gente sin oficio ni beneficio que se atreve a hacer de todo siempre me ha llamado la atención.
–Y nació Benito.
–Sí. En televisión me dieron absoluta libertad, porque allí nadie sabe nada de nada. Saqué la materia que estaba dentro de mí. Pero llegó un punto en que Benito creció tanto que tenía autonomía. Estaba en mi estómago y ya no lo manejaba.
–¿Los personajes pueden morir de éxito?
–Lo ideal es que suceda así. A mí me gusta matarlos. Muchos me dijeron que era una locura dejar a Pepelu en su momento. No quería encasillarme. Además, con Pepelu me divertía muy poco.
–No lo parecía.
–Pues sí. Hablaba del mundo del corazón, que lo odio. Cada noche corría el riesgo de no caer en gracia a cuatro millones y medio de espectadores. Llegaba a casa y no dormía de la presión.
–¿Se siente ahora en un trampolín?
–Tal como está la industria no me hago demasiadas ilusiones. Compañeros de mi misma edad y con una familia sobreviven con dos o tres bolos al mes. Yo acabé el rodaje de la película el pasado noviembre y no he hecho nada más.
–Prepara el guión de una película autobiográfica.
–Contaré el trato que nos dieron a los emigrantes españoles en los años sesenta. He recogido testimonios en Suiza para no perder la memoria hisórica.
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